Es domingo y hay que pensar a donde dirigir nuestros pasos. Lo mismo hicimos ayer. En un fin de semana, y mas en julio, las ciudades no son un destino atractivo, por lo que elegimos enclaves del rural.
El sábado subimos a ver el panorama espléndido desde la iglesia de los Tres Reyes Magos, cerca de la cual nos hicimos esta foto, justo donde ya habíamos hecho otra con Maribel y Carlos, nuestros anteriores compañeros de viaje.
Después nos dirigimos a las cuevas de Postojna, que días atrás visitamos con Maribel y Carlos. Nosotros ya no volvimos a entrar y pasamos el rato tranquilamente leyendo, pero no quisimos privar a Marian del espectáculo. Acabada la visita nos acercamos al castillo de Predjama por los mismos motivos.
Habíamos pensado ir andando desde las cuevas, pero el día estaba inseguro y, ademas, era un poco tarde. A las cinco llegamos al castillo sin haber comido. Para nuestra sorpresa estaba montada toda la parafernalia de la fiesta medieval que celebran todos los años por estas fechas. Nos las prometimos muy felices pensando en que sin pretenderlo íbamos a ver una justa medieval a caballo y recorrer un mercadillo de aquella época.
Pese a que todo parecía real pronto nos los aclararon: la fiesta se celebraba al día siguiente y el sábado lo dedican a los ensayos, buena prueba de lo en serio que se lo toman. Por tanto, nos dirigimos a la gostilna del lugar para comer-cenar rodeados de gente vinculada a la fiesta. Sin duda, fue un rato muy agradable y todavía más cuando un grupo esloveno armado con un acordeón entonó música tradicional que puso de muy buen humor al posadero y a todos los que estábamos en la terracita.
Tras el refrigerio dimos un paseo por la zona y nos marchamos deseándoles buen tiempo para el día siguiente pues lloviznaba. 24 horas después supimos que nuestros buenos deseos se habían hecho realidad.
Hoy domingo el destino fue el valle de Vipava, nombre del río que lo recorre. Es una de las zonas vitivinícolas de Eslovenia. Está situado en paralelo a la tira de territorio italiano donde se encuentra Trieste, a no mucha distancia de nuestra casa. Sin embargo, es un área montañosa y las carreteras no son especialmente buenas, sino bastante estrechas y sinuosas. Sobre la marcha optamos por hacer una parada en Idrija, donde estuvimos hace una semana, ya que descubrimos que la importante mina de mercurio que provocó la creación de esta villa se ha convertido en un museo y quisimos conocerla.
Fue todo un acierto. Localizamos el pozo Antonio, o Antonijev en esloveno, como prefiráis, y creímos que estaba cerrado. Sin embargo, no era así. Dentro, Robert, el encargado, atendía a un grupo de visitantes y tras despedirlos se centró en nosotros tres, los únicos que allí estábamos.
La cosa empezó bien: nos proyectó en español un vídeo con la historia de la mina antes de acompañarnos en el recorrido. Provistos de casco y una chaquetilla verde descendimos a cien metros de profundidad e hicimos a pie un recorrido de 1.200 metros siguiendo sus explicaciones en inglés.
Nos quedó claro que Idrija se lo debe casi todo a esta mina, que funcionó hasta hace unos años, pero también que sus habitantes pagaron un peaje tremendo. Llego a producir sobre 1920 más de 800 toneladas anuales de mercurio, su récord, pero los cambios en el mundo forzaron su desaparición. Este mineral, altamente contaminante y el mas pesado de todos los existentes (!el hierro flota en mercurio!), ya no interesaba. En la mina trabajaron hasta 900 personas directamente y otras 200 en labores auxiliares y conocimos sobre el terreno una recreación liviana de lo que pudo ser su vida bajo tierra.
Los mineros se contaminaban con el mercurio y enfermaban de silicosis, por lo que normalmente morían jóvenes. Por lo demás, el sueldo no debía ser nada del otro mundo ya que sus mujeres se dedicaron al bordado de encaje para mejorar sus economías y le dieron también fama por este motivo a la localidad. En cinco siglos se excavaron 700 kilómetros de galerías hasta un máximo de 400 metros de profundidad, y en su totalidad bajo el suelo del pueblo. Muy interesante.
Desde aquí fuimos finalmente al Vipava, con una primera parada en Ajdovscina, un pueblo con una dilatada historia desde la época romana, de la que se conservan restos de siete de las torres defensivas del castillo.
Vista la hora nos planteamos localizar un restaurante, gostilna Pri Lojzetu, del que la tan mentada guía dice simplemente: "lugar legendario de la gastronomía eslovena, y no digo más para no perderme. Merece una visita". Se ubica en Zemono, una casona que en tiempos fue residencia de los Condes de Gorica, situada sobre una colina a cuyos pies se desparraman cultivos de viñedos y bosques. No nos equivocamos.
Tras confirmar que podíamos comer (como todas las gostilnas, tiene horario continuado desde media mañana hasta las ocho o las diez de la noche), dimos una vuelta mientras nos preparaban la mesa. La casona, barroca (dice Mariam) y de planta cuadrada (esto lo certifica el escribano Juanma), está rodeada por soportales y en uno de sus laterales colocadas las mesas del restaurante.
La planta baja es difícil de describir aunque viendo las fotos se entiende: estaba vacía formando una cruz (con habitaciones en las esquinas) y conformaba una sala para fiestas, reuniones o bailes de lo más atractivo.
De la comida solo decir que fue placer. Tras algunas dudas optamos por un menú dominical cerrado que incluía cuatro platos y el vino. Podíamos elegir nosotros, pero les transmitimos la responsabilidad; eso si, desdeñamos el pescado y pedimos carne. Robert, el del museo minero, había dejado huella con el dato de que el mercurio de Adrija había contaminado el Adriático y a sus peces. El precio, de lo mas razonable: 40 euros.
Antes de empezar trajeron un aperitivo cuádruple: zumo de melón con virutas de jamón, unas piruletas de varios quesos, una crema de queso para untar y una cucharadita de una especie de mousse de fresas.
Los platos los describo aunque supongo que las fotos son lo mejor: setas con un glaseado de tocino;
risotto de jamón de pato y espárragos servido en unos tarros de conservar mermeladas;
pata de cordero sobre un colchón de polenta
y, de postre, un curioso postre de manzana rallada sobre crema de vainilla con chocolate blanco fundido por encima.
Nos encantó. El responsable vino de despedirnos y nos contó que conocía Galicia.
Recordaba haber comido en un restaurante con estrella Michelín, el Rotilio de Sanxenxo, dedujimos. Una persona especialmente amable lo mismo que el personal del establecimiento.
Un rato después pusimos rumbo a Branik con la intención de visitar el castillo de Rihemberk, dotado de un triple cinturón de murallas y que la guía califica como "imponente edificio medieval". Realmente lo es desde la distancia, pero acercarse fue cosa complicada (ninguna indicación) y cuando finalmente lo logramos estaba cerrado a cal y canto y dentro crecían hierbajos de un metro. No vimos síntomas de que fuera visitable.
Quizás todos se esmeran un poco más al saber que somos españoles, una rara avis por estas latitudes salvo en lugares como la capital, Bled o Postojna. Nos pasó un rato después en Stanjel, un castillo situado cerca que no recomendamos visitar.
La foto da una imagen espectacular, pero la realidad es otra, la de un antiguo castillo cuyo interior ha sido mixturado con construcciones de todo tipo, que en parte está en ruinas y del que no vimos nada de especial interés.
El encargado de la tienda de recuerdos nos juró que por allí no había pasado nunca un español.
El sábado subimos a ver el panorama espléndido desde la iglesia de los Tres Reyes Magos, cerca de la cual nos hicimos esta foto, justo donde ya habíamos hecho otra con Maribel y Carlos, nuestros anteriores compañeros de viaje.
Después nos dirigimos a las cuevas de Postojna, que días atrás visitamos con Maribel y Carlos. Nosotros ya no volvimos a entrar y pasamos el rato tranquilamente leyendo, pero no quisimos privar a Marian del espectáculo. Acabada la visita nos acercamos al castillo de Predjama por los mismos motivos.
Habíamos pensado ir andando desde las cuevas, pero el día estaba inseguro y, ademas, era un poco tarde. A las cinco llegamos al castillo sin haber comido. Para nuestra sorpresa estaba montada toda la parafernalia de la fiesta medieval que celebran todos los años por estas fechas. Nos las prometimos muy felices pensando en que sin pretenderlo íbamos a ver una justa medieval a caballo y recorrer un mercadillo de aquella época.
Pese a que todo parecía real pronto nos los aclararon: la fiesta se celebraba al día siguiente y el sábado lo dedican a los ensayos, buena prueba de lo en serio que se lo toman. Por tanto, nos dirigimos a la gostilna del lugar para comer-cenar rodeados de gente vinculada a la fiesta. Sin duda, fue un rato muy agradable y todavía más cuando un grupo esloveno armado con un acordeón entonó música tradicional que puso de muy buen humor al posadero y a todos los que estábamos en la terracita.
Tras el refrigerio dimos un paseo por la zona y nos marchamos deseándoles buen tiempo para el día siguiente pues lloviznaba. 24 horas después supimos que nuestros buenos deseos se habían hecho realidad.
Hoy domingo el destino fue el valle de Vipava, nombre del río que lo recorre. Es una de las zonas vitivinícolas de Eslovenia. Está situado en paralelo a la tira de territorio italiano donde se encuentra Trieste, a no mucha distancia de nuestra casa. Sin embargo, es un área montañosa y las carreteras no son especialmente buenas, sino bastante estrechas y sinuosas. Sobre la marcha optamos por hacer una parada en Idrija, donde estuvimos hace una semana, ya que descubrimos que la importante mina de mercurio que provocó la creación de esta villa se ha convertido en un museo y quisimos conocerla.
Fue todo un acierto. Localizamos el pozo Antonio, o Antonijev en esloveno, como prefiráis, y creímos que estaba cerrado. Sin embargo, no era así. Dentro, Robert, el encargado, atendía a un grupo de visitantes y tras despedirlos se centró en nosotros tres, los únicos que allí estábamos.
La cosa empezó bien: nos proyectó en español un vídeo con la historia de la mina antes de acompañarnos en el recorrido. Provistos de casco y una chaquetilla verde descendimos a cien metros de profundidad e hicimos a pie un recorrido de 1.200 metros siguiendo sus explicaciones en inglés.
Nos quedó claro que Idrija se lo debe casi todo a esta mina, que funcionó hasta hace unos años, pero también que sus habitantes pagaron un peaje tremendo. Llego a producir sobre 1920 más de 800 toneladas anuales de mercurio, su récord, pero los cambios en el mundo forzaron su desaparición. Este mineral, altamente contaminante y el mas pesado de todos los existentes (!el hierro flota en mercurio!), ya no interesaba. En la mina trabajaron hasta 900 personas directamente y otras 200 en labores auxiliares y conocimos sobre el terreno una recreación liviana de lo que pudo ser su vida bajo tierra.
Los mineros se contaminaban con el mercurio y enfermaban de silicosis, por lo que normalmente morían jóvenes. Por lo demás, el sueldo no debía ser nada del otro mundo ya que sus mujeres se dedicaron al bordado de encaje para mejorar sus economías y le dieron también fama por este motivo a la localidad. En cinco siglos se excavaron 700 kilómetros de galerías hasta un máximo de 400 metros de profundidad, y en su totalidad bajo el suelo del pueblo. Muy interesante.
Desde aquí fuimos finalmente al Vipava, con una primera parada en Ajdovscina, un pueblo con una dilatada historia desde la época romana, de la que se conservan restos de siete de las torres defensivas del castillo.
Vista la hora nos planteamos localizar un restaurante, gostilna Pri Lojzetu, del que la tan mentada guía dice simplemente: "lugar legendario de la gastronomía eslovena, y no digo más para no perderme. Merece una visita". Se ubica en Zemono, una casona que en tiempos fue residencia de los Condes de Gorica, situada sobre una colina a cuyos pies se desparraman cultivos de viñedos y bosques. No nos equivocamos.
Tras confirmar que podíamos comer (como todas las gostilnas, tiene horario continuado desde media mañana hasta las ocho o las diez de la noche), dimos una vuelta mientras nos preparaban la mesa. La casona, barroca (dice Mariam) y de planta cuadrada (esto lo certifica el escribano Juanma), está rodeada por soportales y en uno de sus laterales colocadas las mesas del restaurante.
La planta baja es difícil de describir aunque viendo las fotos se entiende: estaba vacía formando una cruz (con habitaciones en las esquinas) y conformaba una sala para fiestas, reuniones o bailes de lo más atractivo.
De la comida solo decir que fue placer. Tras algunas dudas optamos por un menú dominical cerrado que incluía cuatro platos y el vino. Podíamos elegir nosotros, pero les transmitimos la responsabilidad; eso si, desdeñamos el pescado y pedimos carne. Robert, el del museo minero, había dejado huella con el dato de que el mercurio de Adrija había contaminado el Adriático y a sus peces. El precio, de lo mas razonable: 40 euros.
Antes de empezar trajeron un aperitivo cuádruple: zumo de melón con virutas de jamón, unas piruletas de varios quesos, una crema de queso para untar y una cucharadita de una especie de mousse de fresas.
Los platos los describo aunque supongo que las fotos son lo mejor: setas con un glaseado de tocino;
risotto de jamón de pato y espárragos servido en unos tarros de conservar mermeladas;
pata de cordero sobre un colchón de polenta
y, de postre, un curioso postre de manzana rallada sobre crema de vainilla con chocolate blanco fundido por encima.
Nos encantó. El responsable vino de despedirnos y nos contó que conocía Galicia.
Recordaba haber comido en un restaurante con estrella Michelín, el Rotilio de Sanxenxo, dedujimos. Una persona especialmente amable lo mismo que el personal del establecimiento.
Un rato después pusimos rumbo a Branik con la intención de visitar el castillo de Rihemberk, dotado de un triple cinturón de murallas y que la guía califica como "imponente edificio medieval". Realmente lo es desde la distancia, pero acercarse fue cosa complicada (ninguna indicación) y cuando finalmente lo logramos estaba cerrado a cal y canto y dentro crecían hierbajos de un metro. No vimos síntomas de que fuera visitable.
Quizás todos se esmeran un poco más al saber que somos españoles, una rara avis por estas latitudes salvo en lugares como la capital, Bled o Postojna. Nos pasó un rato después en Stanjel, un castillo situado cerca que no recomendamos visitar.
La foto da una imagen espectacular, pero la realidad es otra, la de un antiguo castillo cuyo interior ha sido mixturado con construcciones de todo tipo, que en parte está en ruinas y del que no vimos nada de especial interés.
El encargado de la tienda de recuerdos nos juró que por allí no había pasado nunca un español.
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